viernes, 14 de enero de 2011

15/01/1918 . 15/01/2011 Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo por Leon Trotsky

El inflexible Karl Liebknecht

Acabamos de sufrir la mayor de las pérdidas. El duelo nos embarga por partida doble.
Nos han arrebatado a dos líderes, dos jefes cuyos nombres quedarán inscritos por siempre jamás en el libro de oro de la revolución proletaria: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.
El nombre de Karl Liebknecht se dio a conocer en todo el mundo en los primeros días de la gran guerra europea.
Desde la primeras semanas de esta guerra, cuando el militarismo alemán festejaba sus primeras victorias, sus primeras orgías sangrientas, cuando los ejércitos alemanes lanzaban su ofensiva sobre Bélgica destruyendo sus fortalezas, cuando parecía que los cañones de 420 milímetros podrían someter el universo entero a los pies de Guillermo II, cuando la socialdemocracia alemana, con Scheidemann y Ebert a su cabeza, se arrodillaba ante el militarismo y el imperialismo alemán que parecían poder someter todo el mundo -tanto en el exterior, con la invasión del norte de Francia, como en el interior, dominando no solo a la casta militar y a la burguesía sino incluso a los representantes oficiales de la clase obrera-, enmedio de estos días sombríos y trágicos una sola voz se levantó en Alemania para protestar y maldecir: la de Karl Liebknecht.
Y su voz resonó en todo el mundo. En Francia, donde el espíritu de las masas obreras aún se encontraba obsesionado por la ocupación alemana y el partido de los social-patriotas predicaba desde el poder una lucha sin cuartel contra el enemigo que amenazaba París, la burguesía y los mismos chauvinistas tuvieron que reconocer que únicamente Liebknecht era la excepción a los sentimientos que animaban a todo el pueblo alemán.
En realidad Liebknecht no se encontraba solo: Rosa Luxemburg, mujer con gran coraje, luchaba a su lado, pese a que las leyes burguesas del parlamentarismo alemán no le permitieran lanzar su protesta desde lo alto de la tribuna, como hacía Karl Liebknecht. Es preciso señalar que Rosa Luxemburg estaba secundada por los elementos más conscientes de la clase obrera, en la que habían germinado sus poderosos pensamiento y palabra. Estas dos personalidades, dos militantes, se complementaban mutuamente y marchaban juntas es pos del mismo objetivo.
Karl Liebknecht encarnaba el tipo del revolucionario inquebrantable en el sentido más amplio del término. En torno a él se tejían innumerables leyendas y su nombre iba acompañado de esos informes y comunicados de los que nuestra prensa era tan generosa cuando estaba en el poder.
En la vida diaria Karl Liebknecht era -¡ay!, ya sólo podemos hablar en pasado- la encarnación misma de la bondad y la amistad. Podríamos decir que su carácter era de una dulzura absolutamente femenina, en el mejor sentido del término, y su voluntad de revolucionario, de un temple excepcional, le hacía capaz de combatir hasta la muerte por los principios que profesaba. Y lo demostró elevando sus protestas contra los representantes de la burguesía y los traidores socialdemócratas del Reichtag alemán, cuya atmósfera estaba saturada por los miasmas del chovinismo y el militarismo triunfantes. Lo demostró levantado en Berlín, en la plaza de Postdam, el estandarte de la rebelión contra los Hohenzollern y el militarismo burgués.
Fue detenido. Pero ni la prisión, ni los trabajos forzados lograron quebrar su voluntad y, liberado por la revolución de noviembre, Liebknecht se puso a la cabeza de los elementos más valerosos de la clase obrera alemana.

Rosa Luxemburg - La fuerza de las ideas

 

El nombre de Rosa Luxemburg no es tan conocido en Rusia o fuera de Alemania, pero se puede decir sin temor a exagerar que su personalidad no desmerece en nada a la de Liebknecht.
De constitución pequeña, débil y enfermiza, Rosa sorprendía por su poderosa mente.
Ya he dicho que estos dos líderes se complementaban mutuamente. La intransigencia y la firmeza revolucionaria de Liebknecht se combinaban con una dulzura y una amenidad femeninas, y Rosa Luxemburg, a pesar de su fragilidad, estaba dotada de un intelecto poderoso y viril.
Ferdinand Lasalle ya escribió sobre el esfuerzo físico del pensamiento y la tensión sobrenatural de que es capaz el espíritu humano para vencer y superar obstáculos materiales. Esta era la energía que comunicaba Rosa Luxemburg cuando hablaba desde la tribuna, rodeada de enemigos. Y tenía muchos. A pesar de ser pequeña de talla y de aspecto frágil, Rosa Luxemburg sabía dominar y mantener la atención de grandes auditorios, incluso cuando eran hostiles a sus ideas.
Era capaz de reducir al silencio a sus más resueltos enemigos mediante el rigor de su lógica, sobre todo cuando sus palabras se dirigían a las masas obreras.

Lo que hubiera podido suceder en Rusia durante las jornadas de julio

 

 

Nosotros sabemos muy bien cómo procede la reacción para organizar ciertas revueltas populares. Todos nos acordamos de aquellos días de julio entre los muros de Petrogrado, cuando las bandas negras organizadas por Kerensky y Tseretelli contra los bolcheviques masacraban a los obreros, acosando a los militantes, fusilando y pasando a bayoneta a los obreros aislados que eran sorprendidos en las calles. Los nombres de los mártires proletarios, como Veinoff, aún están presentes en la memoria de casi todos nosotros. Si fuimos capaces entonces de conservar a Lenin, y a Zinoviev, fue porque pudieron escapar de los asesinos. Y entonces se levantaron algunas voces entre los mencheviques y socialrevolucionarios para reprochar a Lenin y Zinoviev el haberse librado de un juicio en el que les hubiera resultado sencillo rebatir las acusaciones de ser espías alemanes. ¿Pero, a qué tribunal se referían? ¿Acaso aquél al que fue conducido más tarde Liebknecht, y en el que a mitad de camino Lenin y Zinoviev hubieran sido fusilados por intento de evasión? Sin duda ésta hubiera sido la declaración oficial. Tras la terrible experiencia de Berlín, no podemos menos que felicitarnos de que Lenin y Zinoviev se abstuvieran de comparecer ante en tribunal del gobierno burgués.

Aberración histórica

 

¡Pérdida irreparable, traición sin parangón! Los jefes del partido comunista alemán ya no están entre nosotros. Hemos perdido a nuestros mejores compañeros, ¡y sus asesinos siguen formando parte del partido socialdemócrata que osa remontar su genealogía hasta Karl Marx! ¡Esos son los hechos, camaradas! El mismo partido que traicionó los intereses de la clase obrera desde el principio de la guerra, que apoyó al militarismo alemán, que alentó la destrucción de Bélgica y la invasión de las provincias septentrionales francesas, el partido cuyos jefes nos dejaron en manos de nuestros enemigos los militaristas alemanes cuando tuvieron lugar las conversaciones de paz de Brest-Litovsk, ¡ese mismo partido y sus jefes -Scheidemann y Ebert- se autodenominan aún marxistas al tiempo que organizan las bandas negras que han asesinado a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg!
Ya hemos conocido con anterioridad una aberración histórica similar, una felonía análoga, pues lo mismo pasó con el cristianismo. El cristianismo evangélico era una ideología de pescadores oprimidos, de esclavos, de trabajadores aplastados por la sociedad, una ideología de proletarios. ¿Y acaso no fue acaparado por aquellos que monopolizaban la riqueza, por los reyes, los patriarcas y los papas? Indudablemente, el abismo que separa el cristianismo primitivo, tal como surgió de la conciencia del pueblo y las capas inferiores de la sociedad, del catolicismo y las teorías ortodoxas es tan profundo como el que ahora separa las teorías de Marx, puro fruto del pensamiento y los sentimientos revolucionarios, de los residuos ideológicos burgueses con los que trafican los Scheidemann y Ebert de todos los países.

¡La sangre de los militantes asesinados clama venganza!

 

¡Camaradas! Estoy convencido que este abominable crimen será la última canallada de la lista que han perpetrado los Scheidemann y Ebert. El proletariado ha soportado durante mucho tiempo las iniquidades de aquellos a quienes la historia colocó a su cabeza. Pero su paciencia se agota y este último crimen no quedará impune. La sangre de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg clama venganza; las calles de Berlín, y la plaza de Postdam, donde Karl Liebknecht fue el primero en levantar el estandarte de la revuelta contra los Hohenzollern, hablarán. ¡Sus adoquines, no lo dudéis, servirán para levantar nuevas barricadas contra los ejecutores de estas infamias, los perros guardianes de la sociedad burguesa, contra los Scheidemann y los Ebert!

La lucha no ha hecho más que comenzar.

 

Scheidemann y Ebert han sofocado, por el momento, al movimiento Espartaquista (comunistas alemanes). Han asesinado a dos de los mejores jefes de este movimiento y puede que aún festejen la hora de su victoria. Pero este triunfo es ilusorio, pues de hecho aún no ha tenido lugar ninguna acción decisiva. El proletariado alemán todavía no se ha sublevado para conquistar el poder político. Por parte del proletariado, todo lo que ha precedido a los actuales sucesos no ha sido más que una importante maniobra de reconocimiento para descubrir las posiciones del enemigo. Son los preliminares de la batalla, pero no la batalla misma. Unos preliminares indispensables para el proletariado alemán, igual que nos fueron indispensables las jornadas de julio.

El papel histórico de las jornadas de julio

 

Ya conocéis el curso de los acontecimientos y su lógica interna. A fines de febrero de 1917 (según el antiguo calendario), el pueblo había derrocado la autocracia y, durante las primeras semanas, parecía que se había conseguido ya lo esencial. Los hombres de nuevo temple que surgieron de los otros partidos -partidos que no habían tenido un papel preponderante entre nosotros- gozaron en un primer momento de la confianza, o mejor semi-confianza, de las masas obreras.
Petrogrado, como era preciso, se encontraba a la cabeza del movimiento. Tanto en febrero como en julio constituía la vanguardia que llamaba a los obreros a una guerra declarada contra el gobierno burgués, contra los partidarios de la Entente. Y esta vanguardia fue la que llevó a cabo las grandes maniobras de reconocimiento.
Precisamente durante las jornadas de julio chocó directamente con el gobierno de Kerensky.
No se trataba aún de la revolución, tal y como la realizamos en octubre: fue una experiencia cuyo sentido no estaba todavía claro para las masas obreras.
Los trabajadores de Petrogrado se limitaron a declarar la guerra a Kerensky. Pero en el choque que se produjo pudieron convencerse y probar a las masas obreras del mundo entero que Kerensky no estaba apoyado por ninguna fuerza revolucionaria real y que su partido estaba formado por la burguesía, la guardia blanca y la contrarrevolución.
Recordaréis que las jornadas de julio terminaron para nosotros con una derrota en el sentido formal del término: los camaradas Lenin y Zinoviev se vieron obligados a ocultarse. Muchos de los nuestros fueron encarcelados; nuestros diarios fueron cerrados, el soviet de diputados obreros y soldados reducido a la impotencia, las tipografías obreras saqueadas, los locales de las organizaciones obreras clausurados; las bandas negras lo invadieron todo, lo destruyeron todo.
En Petrogrado pasó exactamente lo mismo que pasó en 1919 en las calles de Berlín. Pero nosotros no dudamos ni por un instante de que las jornadas de julio no eran más que el preludio de nuestra victoria.
Durante ellas pudimos evaluar el número y la composición de las fuerzas del enemigo; pusieron en evidencia que el gobierno de Kerensky y Tseretelli era en realidad un poder al servicio de los capitalistas y de los grandes propietarios contrarrevolucionarios.

Los mismos acontecimientos se produjeron en Berlín

 

Análogos acontecimientos tuvieron lugar en Berlín. En Berlín, como en Petrogrado, el movimiento revolucionario estaba por delante de las masas obreras atrasadas. Igual que en Rusia, los enemigos de la clase obrera gritaban: "¡No podemos someternos a la voluntad de Berlín; Berlín está aislado; es preciso reunir una Asamblea Constituyente y llevarla a una ciudad de provincias con tradiciones más sanas. Berlín está pervertido por la propaganda de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg!". Todo lo que sucedió en Rusia, todas las calumnias y toda la propaganda contrarrevolucionaria que soportamos allí, todo ha sido traducido al alemán y propagado aquí por Scheidemann y Ebert contra el proletariado alemán y contra los jefes del Partido comunista, Liebknecht y Rosa Luxemburg. Cierto es que toda esta campaña ha revestido en Alemania unas proporciones más amplias que en Rusia, pero ello se debe al hecho de que los alemanes repiten unos acontecimientos que ya tuvieron lugar en nuestro país; además, los antagonismos de clase están mucho más netamente marcados en Alemania.
En nuestro país, camaradas, cuatro meses separaron la revolución de febrero y las jornadas de julio. Cuatro meses necesitó el proletariado de Petrogrado para experimentar la necesidad absoluta de echarse a la calle para romper las columnas sobre las que se sustentaba el templo de Kerensky y Tseretelli.
Y tras las jornadas de julio transcurrieron cuatro meses antes de que las tropas de la inmensa reserva de provincias llegasen a Petrogrado y nos permitieran, en octubre de 1917(o noviembre, con el nuevo calendario), lanzarnos al asalto de las posiciones enemigas seguros de nuestra victoria.
En Alemania, la primera explosión revolucionaria tuvo lugar en noviembre y los acontecimientos análogos a nuestras jornadas de julio en enero. El proletariado alemán lleva a cabo su revolución con un calendario más apretado. Lo que a nosotros nos costó cuatro meses a ellos no les llevó más de dos.
No cabe duda de que esta proporción se mantendrá hasta el final. Puede que de las jornadas de julio "alemanas" a su octubre no pasen cuatro meses, como en Rusia, sino apenas otros dos.
Los tiros que ha recibido Karl Liebknecht por la espalda, no lo dudéis, han resonado con fuerza por toda Alemania. Y el rumor ha debido sonar como una campana fúnebre para los oídos de los Scheidemann y Ebert.
Acabamos de cantar el "Requiem" por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Nuestros jefes han muerto y ya no les veremos más. ¿Pero cuántos de vosotros, camaradas, los habéis conocido personalmente en vida? Una pequeña minoría.
Y sin embargo, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg siempre han estado presentes entre vosotros.
En vuestras reuniones y congresos habéis elegido a menudo a Karl Liebknecht como presidente de honor. Aunque ausente, asistía a vuestras reuniones y ocupaba un sitio de honor en vuestra mesa. Pues el nombre de Karl Liebknecht no designa solamente a una persona determinada y aislada, para nosotros su nombre encarna todo lo que hay de bueno, noble y grande en la clase obrera, en su vanguardia revolucionaria.
Todo eso es lo que vemos en Karl Liebknecht. Y cuando uno de nosotros imagina un hombre invulnerablemente acorazado contra el miedo y la debilidad, un hombre absolutamente íntegro, pensamos en Karl Liebknecht.
No solamente ha sido capaz de derramar su sangre (puede que no haya sido éste el rasgo principal de su carácter), osó levantar la voz enmedio de la furia de nuestros enemigos, en una atmósfera saturada de los miasmas del chovinismo, cuando toda la sociedad alemana guardaba silencio y el militarismo campaba por sus respetos. Él se atrevió a levantar la voz y decir: "Kaiser, generales, capitalistas y vosotros -Scheidemann que estranguláis a Bélgica, de devastáis el norte de Francia y queréis dominar el mundo entero- yo os desprecio, os odio, os declaro la guerra, una guerra que estoy dispuesto llevar hasta el final".
¡Camaradas, si bien el envoltorio material de Liebknecht ha desaparecido, su memoria permanece y permanecerá imborrable!
Junto al de Karl Liebknecht, el nombre de Rosa Luxemburg se conservará para siempre en los fastos del movimiento revolucionario universal.
¿Conocéis las leyendas sobre los santos y su vida eterna? Estas historias se basan en la necesidad que tienen los hombres de conservar la memoria de los que, como líderes, les han servido honesta y verazmente; necesitan inmortalizarlos envolviéndolos en una aureola de pureza.
Camaradas, nosotros no tenemos necesidad de estas leyendas; no necesitamos canonizar a nuestros héroes, nos basta la realidad de los acontecimientos que estamos viviendo, por sí misma legendaria, que pone de manifiesto la fuerza de espíritu de nuestros jefes y forja unos caracteres que destacan sobre el resto de la humanidad.
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg vivirán eternamente en nuestro recuerdo. Siempre, en todas las reuniones en las que hemos evocado a Liebknecht hemos sentido su presencia, y la de Rosa Luxemburg, con una claridad extraordinaria, casi material.
Y la sentimos ahora, en estos trágicos momentos en los que nos sentimos espiritualmente unidos a los más nobles trabajadores de Alemania, de Inglaterra y del mundo entero, todos abrumados por el mismo e inmenso dolor.
En esta lucha y ante estas pruebas los sentimientos no conocen fronteras.

Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht son nuestros hermanos

 


Para nosotros Liebknecht no es sólo un líder alemán, igual que Rosa Luxemburg no es sólo una socialista polaca que se puso a la cabeza de los obreros alemanes... Ambos son nuestros hermanos; estamos unidos a ellos por lazos morales indisolubles.
¡Camaradas! Jamás repetiremos esto demasiado pues Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg estaban estrechamente unidos al proletariado revolucionario ruso.
La vivienda de Liebknecht en Berlín era el centro de reunión de nuestros emigrados.
Cuando se trataba de protestar en el parlamento alemán, o en la prensa, contra los servicios que prestaban los imperialistas germanos a la reacción rusa, nos dirigíamos a Karl Liebknecht. Él llamaba a todas las puertas e influía sobre todos -incluso sobre Sheidemann y Ebert- para determinarlos a reaccionar contra los crímenes del imperialismo.
Rosa Luxemburg lideró el partido socialdemócrata polaco que junto al partido socialista forman hoy el Partido Comunista.
En Alemania, Rosa Luxemburg, con el talento que la caracterizaba, profundizó en la lengua y la vida política del país y pronto ocupó un lugar destacado en el antiguo partido socialdemócrata.
En 1905, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg tomaron parte en todos los acontecimientos de la revolución rusa. Rosa Luxemburg fue incluso arrestada por su condición de militante activa y puesta bajo vigilancia tras su excarcelación de la ciudadela de Varsovia. Entonces pasó ilegalmente (1906) a Petrogrado y allí frecuentaba nuestros círculos revolucionarios. Visitaba a nuestros detenidos en las prisiones y nos servía en el sentido más amplio del término de agente de enlace con el mundo socialista de entonces. Pero además de todas estas relaciones personales, guardamos de nuestra comunión moral con ella -de esta comunión que crea la lucha en nombre de grandes principios y esperanzas- el más hermoso de los recuerdos.
Hemos compartido con ella la mayor de las desgracias que haya conocido la clase obrera universal -la vergonzosa bancarrota de la II Internacional en agosto de 1914. Y con ella levantaron la bandera de la III Internacional los mejores de entre nosotros, y la han sostenido con orgullo sin desfallecer un solo instante.
Hoy en día, camaradas, ponemos en práctica los preceptos de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg en la lucha que mantenemos. Sus ideas nos inspiran cuando, en un Petrogrado sin pan ni fuego, trabajamos para construir un nuevo régimen soviético. Y cuando nuestros ejércitos avanzan victoriosos en todos los frentes, el espíritu de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg también los anima.
En Berlín, la vanguardia del Partido Comunista aún no disponía de fuerzas suficientemente organizadas para defenderse. Aún no tenía un ejército rojo, como tampoco teníamos nosotros durante las jornadas de julio, cuando la primera oleada de un movimiento poderoso pero no organizado fue quebrada por bandas organizadas aunque poco numerosas. Aún no hay ejército rojo en Alemania, pero sí lo hay en Rusia. El ejército rojo es un hecho, día a día se organiza y es más numeroso.
Cada uno de nosotros tomará como un deber el explicar a los soldados cómo y por qué han muerto Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, lo que eran y el lugar que debe ocupar su memoria en el espíritu de todo soldado, de todo campesino. Estos dos héroes han entrado para siempre en nuestro panteón espiritual.
Aunque en Alemania no deja de extenderse la ola de la reacción, no dudemos por un instante que el octubre rojo no esté próximo.
Y ahora, dirigiéndonos al espíritu de los dos grandes difuntos, podemos decir: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, ya no estáis en este mundo, pero seguís entre nosotros; viviremos y lucharemos animados por vuestras ideas, bajo el influjo de vuestra grandeza moral y juramos que si llega nuestra hora moriremos de pie frente al enemigo, como vosotros habéis muerto, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.


Notas de la edición francesa. Primera publicación el 18 de enero de 1919, primera edición francesa en París, marzo de 1920, en la Revue Communiste, ediciones de la Internacional Comunista. Texto transcrito a partir de un ejemplar del Bulletin Communiste

15 de enero de 1918 - 15 de enero de 2011 : Rosa Luxemburgo y la IV Internacional por Leon Trotsky

[Trotsky terminó este artículo el 24 de junio de 1935, y se publicó en agosto del mismo año en New International.]

Actualmente se están haciendo esfuerzos en Francia y en otras partes para construir el llamado luxemburguismo como defensa de los centristas de izquierda contra los bolcheviques-leninistas. Esta cuestión puede adquirir considerable significación. En un futuro cercano, tal vez se vuelva necesario dedicar un artículo más extenso al luxemburguismo real y al pretendido. Aquí sólo voy a referirme a los aspectos esenciales de la cuestión.
Más de una vez hemos asumido la defensa de Rosa Luxemburgo contra las malas interpretaciones insolentes y estúpidas de Stalin y su burocracia. Seguiremos haciéndolo. No lo hacemos movidos por consideraciones sentimentales sino por las exigencias de la crítica materialista histórica. Sin embargo, nuestra defensa de Rosa Luxemburgo no es incondicional. Los aspectos débiles de las enseñanzas de Rosa Luxemburgo han sido desnudados en la teoría y en la práctica. La gente del SAP220 alemán y otros elementos afines (véanse, por ejemplo, el diletantismo intelectual de la “cultura proletaria” del Spartacus francés, el periódico de los estudiantes socialistas belgas y, a menudo, también el Action Socialiste belga, etc.) sólo hacen uso de los aspectos débiles e inadecuados que de ninguna manera son decisivos en Rosa, generalizan y exageran estas debilidades al máximo y construyen, sobre esa base, un sistema totalmente absurdo. La paradoja yace en que, en su viraje más reciente, los stalinistas -sin reconocerlo, sin siquiera entenderlo— también se aproximaron en teoría a los aspectos negativos caricaturizados del luxemburguismo, sin mencionar a los centristas tradicionales y de izquierda en el campo socialdemócrata.

220 SAP (Socialistische Abeiter Partei - Partido Socialista Obrero): se formó en 1931 cuando la socialdemocracia expulsó a un grupo de diputados del ala izquierda. En 1932 se rompió la Oposición de Derecha Comunista, y un sector entró al SAP y pasó a dirigirlo. En 1933 acordaron trabajar con la Oposición de Izquierda en una nueva Internacional, pero luego cambiaron y se convirtieron en adversarios de la Cuarta Internacional (n. 151).

 Es innegable que Rosa Luxemburgo contrapuso apasionadamente la espontaneidad de las acciones de masas a la política conservadora “coronada por la victoria” de la socialdemocracia alemana, sobre todo después de la revolución de 1905. Esta contraposición revestía un carácter absolutamente revolucionario y progresivo. Mucho antes que Lenin, Rosa Luxemburgo comprendió el carácter retardatario de los aparatos partidarios y sindicales osificados y comenzó a librar la lucha contra los mismos. En la medida en que contó con la agudización inevitable de los conflictos de clase, ella siempre predijo con certeza la aparición elemental independiente de las masas contra la voluntad y la línea de conducta del oficialismo. En este sentido histórico general, está comprobado que Rosa tenía razón. Porque la revolución de 1918 fue “espontánea”, es decir, las masas la llevaron a cabo contra todas las previsiones y precauciones de la dirección del partido. Pero por otra parte toda la historia posterior de Alemania demostró ampliamente que la espontaneidad sola está lejos de ser suficiente para lograr el éxito; el régimen de Hitler es un argumento de peso contra la panacea de la espontaneidad.
La misma Rosa nunca se encerró en la mera teoría de la espontaneidad, como Parvus, por ejemplo, que luego trocó su fatalismo socialrevolucionario por el más repugnante de los fatalismos. En contraposición a Parvus, Rosa se esforzó por educar de antemano al ala revolucionaria del proletariado y por reunirlo organizativamente todo lo posible. En Polonia, construyó una organización independiente muy rígida. Lo más que puede decirse es que en su evaluación histórico-filosófica del movimiento obrero, la selección preparatoria de la vanguardia era deficiente en Rosa, en comparación con las acciones de masas que podían esperarse; mientras que Lenin, sin conformarse con los milagros de futuras acciones, tomaba a los obreros avanzados y constante e incansablemente los unía en núcleos firmes, legal o ilegalmente, en las organizaciones de masas o clandestinamente, mediante un programa claramente definido.
La teoría de Rosa de la espontaneidad era una sana herramienta contra el aparato osificado del reformismo. Pero el hecho de que se la dirigiera a menudo contra la obra de Lenin de construcción de un aparato revolucionario revelaba -en realidad solamente en embrión— sus aspectos reaccionarios. En Rosa misma esto ocurrió sólo episódicamente. Era demasiado realista, en el sentido revolucionario, como para desarrollar los elementos de la teoría de la espontaneidad en una metafísica consumada. En la práctica, como ya se ha dicho, ella misma minó esta teoría desde la base. Después de la revolución de noviembre de 1918, comenzó ardientemente a reunir a la vanguardia proletaria. A pesar de su manuscrito sobre la Revolución Soviética, muy débil teóricamente, escrito en prisión y que ella nunca publicó, el accionar posterior de Rosa permite concluir con seguridad que, día a día, se acercaba a la nítida concepción teórica de Lenin sobre la dirección consciente y la espontaneidad. (Seguramente fue esta circunstancia la que le impidió hacer público su manuscrito contra la política bolchevique del que luego se abusó tan vergonzosamente.)
Tratemos nuevamente de aplicar a la etapa actual el conflicto entre las acciones de masas espontáneas y el trabajo organizativo deliberado. ¡Qué poderoso gasto de fuerza y desinterés hicieron las masas trabajadoras de todos los países civilizados y semicivilizados desde la guerra! No hay nada en toda la historia previa de la humanidad que pueda comparársele. En esta medida Rosa Luxemburgo tuvo toda la razón contra los filisteos, los cabos y los necios del conservadurismo burocrático “coronado por la victoria”. Pero es justamente el derroche de estas energías inconmensurables lo que forma la base del gran retroceso del proletariado y el exitoso avance fascista. Puede decirse sin temor a exagerar: lo que determina la situación mundial es la crisis de la dirección proletaria. Hoy, el campo del movimiento obrero todavía está lleno de inmensos remanentes de las viejas organizaciones en bancarrota. Luego de innumerables sacrificios y desilusiones, el grueso del proletariado europeo se ha retirado, al menos, al cascarón. La lección decisiva que ha extraído, en forma consciente o semiconsciente, de estas amargas experiencias, dice: grandes acciones requieren una gran dirección. Para asuntos corrientes, los obreros todavía les dan sus votos a las viejas organizaciones. Los votos; pero de ninguna manera su confianza ilimitada. El otro aspecto de esto es que, después del colapso miserable de la III Internacional, resulta mucho más difícil hacerles depositar confianza en una nueva organización revolucionaria. Es ahí, justamente, donde yace la crisis de la dirección proletaria. Cantar una monótona canción sobre acciones de masas en un futuro indeterminado en esta situación, en contraposición a una selección cuidadosa de cuadros para una nueva Internacional, significa llevar adelante un trabajo totalmente reaccionario. Ese es el papel del SAP en el “proceso histórico”. Un hombre del ala izquierda del SAP perteneciente a la Vieja Guardia puede, por supuesto, juntar sus recuerdos marxistas para oponerse a la teoría del espontaneísmo bárbaro. Estas medidas proteccionistas puramente literarias no cambian el hecho de que los discípulos de un Miles, apreciado autor de la resolución sobre la paz y el no menos apreciado autor del artículo en la edición francesa del Youth Bulletin, hablen de las tonterías espontaneístas más desgraciadas aun dentro de las filas del SAP. La política práctica de Schwab221 (el hábil “no decir lo que es” y el eterno consuelo de las acciones de masas futuras y el “proceso histórico” espontáneo) no es sino una explotación táctica de un luxemburguismo totalmente distorsionado y vulgarizado. Y en la medida en que los “izquierdistas” y los “marxistas” no atacan abiertamente esta teoría y práctica de su propio partido, sus artículos contra Miles tienen el carácter de un pretexto teórico. Este tipo de pretexto se vuelve necesario cuando uno toma parte de un crimen premeditado.
La crisis de la dirección proletaria no se supera, por supuesto, mediante una fórmula abstracta. Se trata de un proceso en extremo monótono. Pero no de un proceso puramente “histórico”, es decir, de las premisas objetivas de la actividad consciente, sino de una cadena ininterrumpida de medidas ideológicas, políticas y organizativas con el propósito de unir a los mejores elementos, los más conscientes, del proletariado mundial bajo una bandera inmaculada, elementos cuyo número y confianza en sí mismos deben fortalecerse constantemente, cuya ligazón a sectores más amplios del proletariado debe desarrollarse y profundizarse, en una palabra: devolverle al proletariado, bajo condiciones nuevas y altamente difíciles y onerosas, su dirección histórica. Los confusionistas del espontaneísmo tienen tanto derecho a referirse a Rosa como los miserables burócratas de la Comintern222 a Lenin. Dejemos de lado los incidentes superados y, con toda justificación, podremos colocar nuestro trabajo por la IV Internacional223 bajo el signo de las “tres L”: no sólo bajo el signo de Lenin, sino también de Luxemburgo y Liebknech.

221 J. Schwab (1887-0000): miembro de la Liga Espartaco y uno de los fundadores del PC alemán, del que fue expulsado en 1929 por pertenecer a la Oposición de Derecha. En 1932 se unió al SAP. Volvió al stalinismo después de la Segunda Guerra Mundial, y ejerció cargos en el gobierno de Alemania Oriental.
 222 Comintern (Internacional Comunista o Tercera Internacional): fue organizada por Lenin como sucesora revolucionaria de la Segunda Internacional. En tiempos de Lenin se hacían congresos una vez al año (desde 1919 a 1922). Luego que Stalin asumió el control del Estado, el siguiente congreso fue en 1924, el sexto en 1928 y el séptimo recién en 1935. Trotsky lo llamó el “congreso de liquidación”, y de hecho fue el último hasta que Stalin anunció su disolución en 1943, en señal de amistad con sus aliados imperialistas.
223 En 1923 se formó la Oposición de Izquierda en el Partido Comunista Ruso (bolcheviques-leninistas o “trotskistas”), y en 1930 la Oposición de Izquierda Internacional en la Comintern. Cuando el Partido Comunista Alemán dejó que Hitler tomara el poder sin mover un dedo y la Comintern no fue capaz de hacer una crítica de esta política, Trotsky decidió que la Tercera Internacional había muerto como movimiento revolucionario y que había que formar una nueva internacional. La conferencia de fundación de la Cuarta Internacional se llevó a cabo en París el 3 de setiembre de 1938.