domingo, 12 de julio de 2009

UN RELATO QUE PRUEBA EL NEXO ENTRE PROSTITUCIÓN Y LAS NUMEROSAS DESAPARICIONES DE MUJERES JÓVENES

Involuntaria visita al infierno que nadie quiere ver

Una adolescente estuvo dos meses encerrada en la habitación de un prostíbulo en San Francisco y logró escapar. No hay repercusiones oficiales

Una tarde, a principios de mayo, Cecilia no volvió a su casa, en el barrio San Lorenzo, en Santa Fe. “Estaba enojada”, contaría luego Mariana Godoy, su mamá, luego de dos meses inciertos. Llegó hasta la ruta 19 y unas mujeres que pasaban en un auto bordó la levantaron. La alojaron en una casa contigua a un prostíbulo de las afueras de San Francisco, Córdoba, donde estuvo retenida y de donde pudo escapar con la ayuda de una de las jóvenes que trabaja allí. Su mamá la rescató el domingo pasado y ahora cuenta de a retazos el lado feo del mundo que conoció ahí afuera. Una semana después, ni la Policía ni la Justicia tomaron el caso.

Cecilia Castro suma la vergüenza propia de sus 17 años con el silencio huidizo que le deja una experiencia sórdida. Conoció por la fuerza un lado miserable de la condición humana, y ahora Mariana indaga con esfuerzo esos ojos negros, inundados, la voz rota y los músculos crispados con rabia ante el llanto que desborda. La angustia la pone lejos de relacionar su calvario con el del personaje de Soledad Silveyra en la novela Vidas robadas.

No, no. No quiero contar nada”, responde cecilia, tajante, y se muerde los labios gruesos, con piercing y todo.

—¿Tenés miedo?

—Si…tengo mucho miedo y siento vergüenza.

Cecilia calla más de lo que habla, sentada en el comedor de la casa de su abuela. En cada intervalo de su dolor se cuela sin respeto la cumbia que disfrutan los vecinos. La madre la mira apoyada contra una heladera en desuso y vomita bronca: “No me dice nada. ¿Sabés la angustia que tengo de no saber qué le hicieron? Ella no era así, vivía todo el día sonriente y ahora mirá como está. Me la cambiaron”.

La rebeldía de Cecilia es común a la de cualquier chica de su edad. Y Mariana rezonga: “Se enoja conmigo porque no la dejo ir a los bailes, pero fijate: no mide el peligro”.

—No me gusta ir a bailar, mamá.

—¡Ah! ¿Ahora no te gusta?.

No, Cecilia no es la misma.

“LA SACÓ BARATA”. Mariana Godoy tiene 36 años, pero su cuerpo menudo aparenta más. Trabaja como doméstica para criar sola a sus cinco hijos. Su pareja se fue hace cuatro años. Mariana se toca la nariz para aludir a las drogas y lo sepulta: “Está en Córdoba y vive en otro mundo. Cecilia es la mayor.

“A este problema lo miraba de afuera, y nunca desde adentro. Ahora que lo viví, es feísimo. Pero por lo menos, está viva. La sacó barata. Eso se lo agradezco a Dios. Antes no creía, ahora sí”.

El calvario empezó el 4 de mayo, cuando Cecilia salió de la casa de su abuela a las seis de la tarde para ir a la escuela de peluquería y no volvió más. “No me ofrecieron nada. Me llevaron en un auto, no recuerdo por qué zona. Salí para ir a la escuela, y después me fui para la ruta y ahí fue donde me llevaron. Cuando me subí al auto pensé que era un juego, pero después me dí cuenta que no”, contó Cecilia entre lagunas impenetrables que segmentan la historia en secuencias que relata y otras que prefiere callar.

Ese auto llevó a Cecilia a una casa en las afueras de San Francisco. “Me encerraron en una habitación y no me dijeron nada. No me hacían hacer nada, no hice nada de nada”, se repite y se lo repite a su mamá. “Dormía sola. En un momento me dijeron que esto era el ablande, pero no entendía el lenguaje. Se hablaban con señas entre ellas”, agregó.

No es fácil hablar con ella, su voz y su mirada parecen tirarse a un precipicio con cada pregunta. Hace silencios larguísimos e insalvables.

—¿Cómo era la persona que te subió al auto? ¿Qué te dijo?

—No, por favor. No quiero hablar de él –pide con la voz más gruesa. Pero sí cuenta que en la casa “había una compañera con la que podía hablar” cuando nadie las veía. “Ella me decía todo, me cuestionaba por qué anduve sola por la ruta. Gracias a ella salí. Como las otras chicas no estaban, me ayudó a escapar y por ella estoy acá de nuevo”, agradece.

Pero antes de escapar, Cecilia llamó a su madre : “El miércoles 1° me llamó y me dijo que no quería volver más con nosotros”, reveló Mariana y agregó: “Me cortó enseguida, pero justo había un policía en la puerta de mi casa, que es amigo de mi hermana; entonces enseguida puse el altavoz del celular para que él escuche, y ahí me dijo que Cecilia estaba muy cerca porque la voz no se cortaba”.

El llamado escondía una forma de proceder de los dueños del burdel. “Esa vez me obligaron a llamar a mi mamá. Tenía que decir eso. Las chicas de la casa me lo enseñaron. Me dieron un teléfono y me dijeron que diga que no quería volver más”, aclaró Cecilia, porque ella sí quería volver. Y contó que todas las noches trataba de dormirse temprano, para no escuchar los ruidos peligrosos que cada noche poblaban el lugar. “Sentía miedo, nadie me decía qué iba a hacer ahí y extrañaba mucho a mi familia”.

La madre de Cecilia fue a la comisaría y le dijeron que si se volvía a comunicar, harían el rastreo. Esa respuesta motivó a la ONG Las Diversas a presentar una denuncia. “Ellos tienen los medios. ¿Por qué no rastrearon la llamada enseguida? Con ese dato se iba a poder conocer la ubicación de la casa”, reprochó Silvina Sierra, de esa agrupación que defiende los derechos de la mujer y lucha contra la explotación sexual y el tráfico de personas.

“Se habrá escapado con un noviecito”

Todos lo saben. Todos se declaran en contra y militan en la frase “Luchemos contra la trata de personas”. Pero no hacen nada. La prostitución organizada sigue siendo una condensación de inmundicias embellecidas para sostener el placer de hombres inseguros. Siguen estando allí, al costado de la ruta, abarrotados de cuerpos jóvenes y arrebatados de sus vidas, haciendo que su circulación y oferta se naturalice con cada chica desaparecida. “Se habrá fugado con un noviecito”, reza el prejuicio común. Cecilia no tenía ninguno. Lo que vivió en el lupanar de San Francisco, lejos de ser una posibilidad para desbaratar el negocio de un proxeneta, hasta hoy pasó al olvido.

En los primeros días de su desaparición, la madre de la adolescente pidió ayuda en la subcomisaría 10ª, del barrio San Lorenzo. El jefe le dijo que debía esperar tres días para hacer la denuncia porque seguramente –le dijo– su hija se habría escapado con algún noviecito. Mariana tuvo que aclarar que su hija no tenía novio, amistades desconocidas ni manejaba dinero como para irse. Pasaron tres días y la madre volvió, pudo asentar la denuncia por desaparición, pero las cosas no cambiaron.

Silvina Sierra, de Las Diversas, comparó el caso con el de la maestra asesinada, Alejandra Cugno. “Cuando hay un gremio fuerte como Amsafé, los funcionarios se mueven; el juez corre al lugar, la Policía actúa. Nos parece muy bueno, y de hecho apoyamos esa reacción. Pero con Cecilia nadie se movió. La inacción es total”.

Ayer, el juez penal de turno, José Manuel García Porta, estaba enfrascado en el caso Cugno, y no atendió la consulta de este diario sobre lo que pasó con Cecilia.

El rescate corrió por cuenta del coraje de Mariana y de su tío. Sierra lo confirmó: “La familia de Cecilia estuvo desprotegida. No se hicieron cargo del caso; imaginate que el comisario la llamaba a la madre para enterarse de las novedades”, dijo.

Desde el Registro Provincial de Información de Niños, Niñas y Adolescentes Desaparecidos, dependiente de la Secretaría de Justicia y Derechos Humanos de la provincia, informaron que Cecilia será atendida mañana por un equipo de abogados, asistentes sociales y psicólogos.

El negocio y la ley

La explotación sexual es el segundo negocio mundial en cuanto a su envergadura, después del tráfico de armas. Santa Fe está considerada por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) como un territorio donde los proxenetas reclutan tupido.

Desde que se aprobó la ley de trata, en abril del año pasado, 157 mujeres fueron rescatadas de situaciones de explotación. El 80 por ciento había caído en redes de prostitución.

La ley 26.364, sancionada hace un año, distingue entre la trata de mayores de 18 años y de menores. En el primer caso, debe mediar “engaño, fraude, violencia, amenaza o cualquier medio de intimidación o coerción”. En tanto, “existe trata de menores de 18 años aun cuando no mediare engaño”.


FUENTE: http://www.criticad igital.com/ index.php? secc=nota&nid=26284



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Asociacion Civil Las Diversas
Espacio Feminista
Pers. Jur. en tramite
www.lasdiversas. blogspot. com

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